El profesional de la salud comunitaria realiza su trabajo avalado por las instituciones que regulan y garantizan el buen funcionamiento de la comunidad, y dispone de un saber o un conocimiento sustentado por ellas y aprendido en ellas. Cuando un profesional de la salud va al hospital, a un consultorio, a un barrio, etc., lleva consigo un bagaje de conocimientos, teorías, ideas, saberes, lleva una posición y un título que lo autorizan para actuar, lleva una hipótesis sobre cómo es la realidad y qué hacer con ella. Si lo que encuentra el profesional no responde a esa idea previa de comunidad, de salud, de organización, etc., entonces orientará su trabajo en el sentido de transformar lo que hay en la dirección de ese ideal. Es usual “enviar” profesionales a “ordenar lo que está desordenado” en las poblaciones –ya sea su salud, su salud mental o su queja–.Y en esa situación el trabajador de la salud, antes de ver “qué hay”, antes de dejarse tocar o informar por lo que sucede en esa situación, ya “sabe” qué “debería haber”, y entonces el diagnóstico verá los defectos de lo que hay en comparación con esa concepción sobre qué debería haber; y su tarea consistirá, desde esa perspectiva, en intervenir para que las cosas sean como deben ser.
Pero en el mundo contemporáneo, el trabajador de salud mental (TSM desde ahora) que se sitúa de ese modo se encuentra frente a problemas que sus conocimientos a priori no contemplan. Frente a esas dificultades se queda sin herramientas, sin código. Cuando el Estado sustentador y dador de sentido de las instituciones –y través de las cuales existe– modifica sus fundamentos, también se modifica la legitimidad y carácter de esas instituciones. Y cuando las instituciones se alteran, los conocimientos que instituían pierden su coherencia y sustento. “Entonces corre peligro el buen funcionamiento de la comunidad toda”. “Es necesario salvarla de la catástrofe” dicen los TSM. Así convertimos a la comunidad es un objeto a preservar, a rescatar. Hay que salvarla a ella, a la comunidad que aparece ajena a situación. Entonces, con la mejor voluntad, la mejor intención y avalados por el espíritu de servicio a la comunidad –que formó parte sustancial de su formación profesional–, respaldados por los valores más elevados (el bien, la comunidad), empuñando la flamígera espada de la justicia ante la catástrofe en ciernes, los TSM nos disponemos a salvar a la comunidad. La subjetividad heroica funciona como un recurso sobre el que se sostiene el TSM para apagar el incendio.
¿Qué es esto de la subjetividad? ¿Y por qué heroica?
¿Qué es esto de la subjetividad y a qué nos referimos específicamente cuando hablamos de subjetividad heroica? Se habla de la subjetividad, pero no siempre resulta fácil definir con claridad de qué se trata.
La subjetividad es una máquina para pensar y no un sistema de ideas. Es una disposición y no una convicción. Su condición de enunciación nunca es absoluta. No se puede enunciar, pero se ve en los enunciados y en las prácticas: uno la puede deducir mirando. Y no sólo se ve en las prácticas sino que está instituida por vía práctica. La subjetividad no forma parte del currículum de la formación de nadie. Tiene una cierta opacidad para sus portadores, que no la pueden nombrar. Es eficaz porque es secreta. Y además es compartida.
La subjetividad no es un estado fijo sino que ocurre por momentos: se puede pasar de una subjetividad a otra. La subjetividad no es una estructura de carácter sino una modalidad de ser, de hacer, de estar, de pensar, de sentir, que puede cambiar.
La subjetividad heroica es entonces un modo específico de situarse ante un problema. La subjetividad heroica es una forma que adopta esa máquina de pensar y hacer que es la subjetividad, es una forma de pensar y de pensarse cuando la comunidad “no es lo que debería ser”.
El discurso de los valores elevados (no deja pensar)
El discurso de los valores elevados
El héroe está avalado por los valores más elevados, porque trabaja por “el Bien… de la comunidad”, porque viene a salvar lo que es bueno, y eso le da una autoridad moral indiscutible. El héroe es solidario, “da todo”; su entrega, su espíritu de sacrificio, su compromiso con los valores lo sitúan en un lugar de “plena verdad”, y por lo tanto no se lo puede criticar: es indudablemente bueno –y susceptible de ofenderse ante la menor sospecha de impureza–. En su discurso sostiene que lo que hace es “por el bien del otro”. “Yo no importo porque lo importante es el otro. Lo que hago no es para mí, es para los demás”. Ese discurso de sacrificio otorga un valor y una posición al héroe por sobre los demás. Y con esa autoridad enfrenta la situación desde un lugar omnipotente.