Es una propuesta enmarcada en la Ley de Protección Integral 26.061 y su Art. 39 “Medidas Excepcionales”: “cuando las niñas, niños y adolescentes estuvieran temporal o permanentemente privados de su medio familiar o cuyo interés exija que no permanezcan en ese medio”, para “conservar o recuperar por parte del sujeto del ejercicio y goce de sus derechos vulnerados y la reparación de sus consecuencias”.
Nuestra “Casa Madre” funciona como un espacio transicional que aloja a niños y jóvenes deprivados afectivamente, abandonados de los cuidados emocionales y materiales necesarios para la primera infancia, sujetos violentados y violados en sus derechos, es una casa afuera de su hogar de origen, es una familia/no familia. Un espacio de cuidado, de contención, un trabajo de maternaje que intenta colmar un “vacío significativo”, un sostén que tiene que ser complementado con un espacio terapéutico por fuera del hogar. Por fuera concreta y simbólicamente. El adolescente debe ir creando algo, que en general por circunstancia de vida, nunca tuvo, esto es un espacio de intimidad y privacidad, un espacio propio en el cual pueda tramitar sus traumas pasados y las situaciones conflictivas actuales. Ir creando su propio espacio que le permita pensar en un proyecto de vida por fuera del hogar. Un espacio extra-familiar donde elaborar sus situaciones traumáticas infantiles y sus conflictos actuales. Dentro de estos últimos pueden ser en relación a su familia de origen como en relación al hogar que cumple una función parental-familiar importante para su constitución subjetiva. En ciertos momentos es muy factible y esperable que la rebeldía adolescente tome por objeto a la gente que convive con el y le pone reglas y limites.
La experiencia nos demuestra día a día que escuchando esas vivencias, las necesidades y los deseos de los niños y/o adolescentes, a partir de sus propios relatos; nos permite reflexionar sobre sus historias para intentar acompañar en sus vidas desde una mirada profesional y humana.
Por lo general es característico en ellos, la dificultad para establecer sentimientos de pertenencia y un anclaje vincular estable y afectivo. Lograr esta estabilidad requiere un trabajo intensivo y personalizado, a través de la conformación de un espacio de convivencia por el tiempo que sea necesario, en el cual se trasmitan valores y formas de vida diferentes a lo vivido, respetando sus identidades, con alta capacidad de cuidado y contención, instando a que puedan construir un proyecto de vida a futuro, y con la incorporación de su familia en la medida de lo posible.
Estos niños y adolescentes no son sujetos aislados en la sociedad, son sujetos insertos en un sistema familiar y en una comunidad, dueños de una historia particular y de una propia identidad que los hacen únicos. Es esa historia, ese núcleo de personas referentes -familiares o no – y sus vivencias, que van dejando marcas profundas en la construcción de esa persona. Cabe señalar que estas vivencias dolorosas y traumáticas atraviesan a todos los sectores sociales, no siendo necesariamente consecuencia de la pobreza.
La experiencia nos ha demostrado que no podemos acompañar a un niño o joven, sin acompañar paralelamente y conjuntamente a su familia, sobre todo cuando existen grupos de hermanos en ella. Los sentimientos de estos niños con respecto a sus familias son de angustia, de temor, de culpa de amor y odio, etc, están permanentemente atravesados en su desarrollo psico-físico.